por José Antonio Millán*
“La lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información”. Esta es la idea que defiende Juan Antonio Millán en su nuevo libro*.
Su
argumento es que en el siglo XXI exige habilidades avanzadas de
lectura para poder consultar, integrar y asimilar la ingente cantidad de
información que las páginas web ponen a nuestra disposición.
La
información nos rodea desde hace décadas, creciendo exponencialmente:
hace treinta años, la documentación de construcción de un gran avión
pesaba tanto como la propia aeronave.
Ahora
la documentación ya es mayoritariamente digital. Las revistas
científicas se vuelven digitales en número constantemente creciente;lo
propio ocurre con los corpus de leyes; con las noticias; con los datos
de las empresas y sus transacciones corporativas; con un un océano de
patentes, de informaciones sobre procesos y productos. A ello hay que
sumar los esfuerzos gigantescos por incluir en formato digital muchos de
los libros y revistas de las grandes bibliotecas; y los documentos de
los archivos.
¿Nos
olvidamos de algo? Por supuesto: de los datos sobre los datos. Los
catálogos: de nuevas cosas y de antiguas bibliotecas y archivos, los
directorios, las bibliografías, los compendios de informaciones: por
área geográfica, por personas, por tema, por fecha...
¿Y
los datos sobre datos sobre datos? Pues también: ahí están los
catálogos de catálogos, los descriptores de descriptores; los recursos
sobre recursos...
Es
difícil no sentir vértigo: a una sociedad en crecimiento constante y
que genera ingentes cantidades de documentos, se une la recuperación de
gran parte del acervo producido en épocas anteriores, y a todo ello las
herramientas para organizarlo y ordenarlo. Todo pasa a formato digital;
todo acaba formando parte de la Web: todo está al alcance de la mano.
Pero
la masa total es ingente: medio billón de páginas web, según los
últimos datos; es decir: quinientos mil millones de páginas de
información... al otro lado de la pantalla.
¿Cómo
comprender su magnitud?: Supongamos que se reparte una obra del tamaño
de la enciclopedia Espasa a cada hombre, mujer, adolescente, bebé o
anciano (por tanto, muchas casas recibirían varias obras, y acabarían
con cuatro o cinco paredes cubiertas por ellas). Ahora pensemos: todas
las obras son diferentes. Y a continuación: podemos hojear cualquiera de
ellas.
¿Qué experimentamos? ¿Felicidad o vértigo?
Lo contó Borges en forma alegórica en su célebre relato La biblioteca de Babel.
Esa fabulosa biblioteca contenía toda la información posible, porque
cualquier posible conjunto de palabras estaba en alguna de sus
inagotables estanterías. Libros buenos y malos, falsos y auténticos,
medio falsos y medio verdaderos: todos.
La Web es nuestra Biblioteca de Babel. Pero necesitamos utilizarla...
Y
lo hacemos: Espigamos el hilo de un dato que necesitamos; averiguamos
en esta masa de informaciones de muy diversa procedencia cuál es la que
nos hace falta: compararla con otra, seguirla hasta donde nos sirve, y
no más allá. Localizar una tercera y una cuarta.
Comprender,
resumir y actuar: Sacar conclusiones parciales. Buscar luego otra
fuente diferente, seguir sus hilos. Volver sobre las ideas puestas en
reserva y avanzar en conjunto. Repetir el ciclo una, diez veces. Al
final –con suerte– comprender, resumir y actuar.
Las
operaciones que acabamos de describir no son extraordinarias: son las
habituales y necesarias y no se limitan a la simple búsqueda de
información: implican algo más. Se aplican a infinidad de campos. Lo que
se buscaba han podido ser elementos para una investigación médica,
ideas de explotación empresarial, rastros de personas o de hechos del
presente o del pasado, funcionamientos de compañías o de instituciones,
experiencias industriales, precedentes legales, ideas, señales de
alarma, claves para la investigación, para el negocio...
Decíamos que la mayor parte de las operaciones intelectuales que utilizan la herramienta de la Web no pretenden sólo “recuperar información”.
Intentan construir un conocimiento. Esa es la meta real de las personas, de las corporaciones y de las instituciones.
No es lo mismo la información que el conocimiento:
La información es algo externo, es informe, es inerte; el conocimiento es interiorizado, es estructurado, conduce a la acción.
¿Qué hay en la lectura?
La
lectura es una habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la
suma de varias habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a
edad temprana.
¡Qué
entrenamiento visual y gráfico, qué finura de apreciación requiere
identificar los signos a través de tipografías, tamaños y
características diferentes!
Las personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen.
Otras no emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como
subvocalización: su glotis se mueve imperceptiblemente. Ni unas ni otras
han interiorizado la conversion directa de texto en significado y, por
lo tanto, son lectores defectuosos y poco hábiles.
Sólo los lectores avanzados pueden leer en silencio.
En
realidad, nuestra forma de leer actual –rápida, silenciosa, eficiente–
fue surgiendo en paralelo al desarrollo de lo que hoy llamaríamos
tecnologías editoriales. Los lectores de antiguos manuscritos leían en
voz alta, entre otras cosas porque los textos estaban escritos sin
separación de palabras:
“ intenteustedsihaceelfavorleere staristradeletrassinpronunciar la”
A
medida que avanza la construcción del espacio gráfico y tipográfico en
los libros, aumenta la finura de la información suministrada; a medida
que los procedimientos de representación textual se refinan, los
sistemas de lectura avanzan, mejoran y se automatizan. Es una dialéctica
entre mejoras tecnológicas y habilidades psicológicas: en su desarrollo
mutuo llegan a la evolución y eficiencia que conocemos en el libro y la
lectura modernas...
Escuchar con los ojos.
Con un sentido muy barroco de la existencia, el gran Quevedo explicaba de esta forma su relación con la lectura:
“Vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos”
Lo que recalcaba Quevedo era el papel de la cultura escrita como preservadora del conocimiento, como posibilitadora del diálogo con el pasado.
¿Cómo
aprendemos a leer? ¿De dónde sacamos esas habilidades complejas que,
como hemos visto, se han ido construyendo históricamente?
Hay
que recordar en primer lugar el papel de la escuela, de la educación
primaria. En ella se ponen las bases para la adquisición de la lectura.
No
se trata sólo de la adquisición de unas técnicas si ellas no vienen
acompañadas del despertar de una motivación. Los maestros en la
actualidad tienen a su disposición libros de texto atractivos y
adecuados.
Es
cierto que el niño que no crece en un ambiente de lectura en su casa,
difícilmente podrá alcanzar plenamente las capacidades para tratar con
textos. La escuela tiene mayor compromiso con esos niños sin motivación
en sus hogares.
Quien
visita Nueva York, puede tener una experiencia crucial. Aborde un
transporte público; móntese en el metro o en un ferrocarril de cercanías
y mire en torno. Una mayoría de las personas a su alrededor están
leyendo, y muchas de ellas leen libros. Otros están enfrascados en
periódicos, revistas...
Así son las cosas en Francia, en Alemania, en Japón, así debería ser en todo el mundo.
*La lectura y la sociedad del conocimiento, José Antonio Millán, Gobierno de Navarra, 2000,http://jamillan.com
del Blog de Humberto Cueva